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Historias para leer, amar y contar... por Kenneth Franceschi Rodríguez

El Día que conocí a Dios...

Les cuento que me encontraba yo en el balcón de mi casa en San Francisco, CA.  Eran alrededor de las 2:00pm de la tarde del sábado 23 de mayo de 1993.  No era yo religioso ni mucho menos, no acostumbraba a ir a misa, porque creía que la religión era una falsa y que si Dios existía, de alguna forma u otra se tenia que dejar ver o sentir.  Créanme que no soy de esos que van casa por casa con una Biblia bajo el brazo hablando de algo que nunca han visto.  Es por eso que cada tarde me sentaba cinco y seis horas diarias en mi balcón esperando que Dios bajara del cielo y se dejara ver.  Fue un momento en el que yo estaba concentrado y sin distracción mirando hacia el cielo en busca de respuestas.  Durante estos últimos 22 años he estado muy deprimido, ya que no he visto a Dios bajar nunca del cielo y presentarse ante mí, a pesar de tantas veces que le he gritado y se lo he pedido.  Cerca de mi casa, en mi barrio, viven muchas familias de jóvenes y sobre todo muchos niños, claro que nunca había hablado con ninguno de ellos y no conocía a ninguno, pero a algunos solo de vista o de nombre.  Sé que la familia que vive frente a mi casa, la Fam. Richardson, eran muy queridos y populares en el barrio por su carácter  servicial, también sé que tenían tres hijos, una niña de unos ocho o nueve años de edad y dos niños.  Uno de esos días en los que me encontraba en el balcón de mi casa esperando la milagrosa bajada de Dios fui interrumpido por la gritería y el desorden de los niños del barrio quienes jugaban a las escondidas.  Me enoje mucho con ellos por el ruido que hacían y me fui para dentro de mi casa, apague todas las luces y me fui a dormir.  Seguían pasando los días y yo creía que iba a morir sin haber conocido al afamado Dios.  Un día muy temprano en la mañana, me senté en mi sillón como de costumbre, pero ese día, me prometí a mí mismo que no me movería de allí hasta no haber visto a Dios.  En eso Alondra, la hija de 9 años de mi vecino, el Sr. Richardson, estaba jugando con un balón junto a sus hermanos y otros niños. Casualmente la bola cayo en mi césped, y ella me pidió permiso de entrar y tomarla, y yo se lo permití.  Nunca se me olvidara ese magnifico día, pues recuerdo que después de tener el balón en sus manos, ella se me acerca y sin mediar palabra miraba una y otra vez hacia el cielo, a ver que era lo que yo estaba mirando.  En ese instante, ella me pregunta:

-          Abuelo, lo veo ahí todos los días mirando hacia el cielo, ¿qué busca?

-          Yo le respondo, niña, no seas curiosa, eres demasiado pequeña para entender lo que busco.

-          Buen señor, puede que yo sea demasiado niña como usted dice, pero mi papa siempre me dice que si mi corazón tiene dudas y quiero saber algo debo hablar y preguntar sobre ello.

-          Niña, dudo muchísimo que tu puedas resolver mi problema.

 

-          Tal vez no lo pueda ayudar, pero eso es algo que ni usted ni yo sabemos, tal vez lo ayude solo escuchándolo.

-          Bueno Alondra, a ver, siéntate junto a mí.  Tu quieres saber que es lo que busco.

-          Sí.

-          Pues estoy buscando a Dios.

-          ¿A Dios? Preguntó confundida la niña.

-          Si, es que antes de morir tengo que conocer que hay un Dios, y eso todavía lo dudo.

-          Mire abuelito, con el respeto que usted se merece, yo dudo mucho que clavado día y noche ahí en su silla, usted pueda encontrar a Dios.

-          ¿Y por qué lo dudas?

-          Bueno porque usted conoce las obras de Dios y sus signos y los esta ignorando, usted no espera que venga un hombre aquí, se pare frente a usted y le diga, Mucho gusto soy Dios, ¿verdad o me equivoco?

-          Que ingeniosa niña; (dijo sonriendo el abuelo)

-          Mire, Dios le da una señal de su existencia cuando nace un niño, cuando usted respira, cuando llora por amor, e incluso cuando siente la caricia del viento.

-          ¿Por qué crees saber tanto de Dios, niña?

-          No es que crea, sino que lo conozco, porque conozco sus maravillas y sus dones.

    Yo inclino su mirada hacia el suelo y la niña vio como las lágrimas brotaban de mis ojos tristes y cansados.  La niña se me acerco, me dijo que cerrara mis ojos por un segundo, ella colocó sus infantiles, tiernas e inocentes manos sobre mi corazón y me dijo:

-          Si usted quiere respuestas tiene que buscarlas dentro de su corazón, Dios viene de ahí, no desde el cielo, trate y lo conocerá, desde ese entonces, podrá usted hablar sobre Dios con sentido y autoridad.

 

    Habiendo terminado la niña de decirme lo que pensaba ella de Dios, recogió la pelota, y se disponía a cruzar la calle para continuar jugando con sus amigos, ella volteo a mirarme, y me sonrió, luego ella me hizo señas de que mirara hacia el cielo.  Cuando mire, vi a dos palomas blancas jugando juntas mientras agitaban sus enormes alas, y les juro que desde ese momento conocí a Dios a través de los ojos de una niña.

 

 

Jack Reynolds- Murió dos años mas tarde, actualmente la niña, que ahora es una mujer de 19 años todavía visita la tumba del anciano y cuenta que es él quien la sostiene en momentos de soledad.

Comentario: Quizas nosotros los seres humanos somos tan ignorantes para pensar que si algo existe, para poder probarlo tenemos que verlo.  Sin embargo, debemos a prender de la inocencia de un niño quienes saben que hay un Dios, que está en cada uno de nuestros corazones, y que para poder llegar no hay que esperarlo en algún lugar de nuestra casa o Iglesia.  Simplemente basta con sentirlo dentro de cada uno de nuestros corazones, así, actuando como niños llegaremos a las manos del Señor...  Kenneth

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